No todos los días serán de sol. Lloverá durante nuestro paso por El Camino, es inevitable: caminaremos bajo la lluvia.
El secreto esta en disfrutar lo que la lluvia trae consigo, el olor a tierra mojada, el frescor de la temperatura, y los cambios de luz que se producen cuando cae la lluvia.
Y si nos queremos poner profundos, lo cierto es que la lluvia trae vida. Según los antropólogos, nuestros antepasados establecieron una relación fuerte y positiva con el olor de la lluvia, ya que les indicaba el fin de la estación seca, lo que aumentaba las posibilidades de supervivencia.
La llegada de las tormentas marcaba el despertar de la naturaleza y, hoy en día, a través del olor de la lluvia seguimos percibiendo algo muy parecido al verdadero olor de la vida.
No es casualidad, después de todo, que la lluvia haya inspirado millones de canciones y de poesías.
De hecho, uno de los Fados que mas me gusta se llama Chuva y aunque lo he oido infinidad de veces, siempre logra conmoverme.
Algo parecido me pasa con esta pintura de Gustave Caillebotte, Calle de París, día lluvioso que es, indiscutiblemente, preciosa. Para mí, la belleza de este lienzo radica en la manera en que Caillebotte logra atrapar los matices de la luz de Paris bajo la lluvia: los reflejos del pavimento mojado y ese vapor dorado que flota en el aire de Paris después de llover y cuando toda la ciudad brilla.
Caillebotte se deleita pintando los anchos boulevares y los edificios residenciales, en un Paris completamente renovado que apenas se estaba estrenando.
¿Cómo no recrearse contemplando la moda del Paris del S. XIX con esa pareja en primer plano, elegante y refinada?
Y aunque la pincelada no es suelta, como la de Monet o Renoir, quienes expusieron sus brochazos impresionistas en la misma exhibición en la que Caillebotte exhibiría esta obra, sigue, sin embargo, siendo impresionista precisamente por su interés en atrapar un momento fugaz, por congelar la luz cambiante y pasajera de un Paris que se escurría entre los dedos como agua de lluvia.
También en El Camino se producen maravillosos reflejos de luz, cuando los campos, los arboles y la tierra sueltan destellos de luz al reflejarse en el agua.
Sin embargo, a diferencia de la pintura impresionista de Caillebotte, en El Camino de Santiago el momento no pareciera ser fugaz, sino, mas bien, creería uno que el tiempo se detiene.
En el bosque en realidad nada cambia y aquellos peregrinos que hicieron El Camino hace cientos de años antes que nosotros pasaron por ese mismo bosque y seguramente vieron esos mismos arboles y pensaron en la vida cuando la lluvia mojo su camino.
Nosotros nos mojaremos también y caminaremos bajo la lluvia, así es El Camino, a veces con sol, a veces con lluvia, con viento, con calma, esa es la vida del peregrino.